18 de agosto de 2022

Viaje en bus a Arbeláez

La primera vez que fuí en bus a Arbeláez tenía 16 años, llegamos a la esquina de la panadería estrella mi mamá y yo a preguntar como ir a Kirpalamar desde ahí, bajamos caminando esa Colina hasta llegar allá y cuando entramos a la finca me llamó la atención la palmera de la primera glorieta, antes incluso que el tapiz de flores que siempre cuento con nostalgia; en ese colegio iba a estudiar desde 1989 hasta 1991 y venía del Bertrand Russell, mi espacio de nacimiento al movimiento revolucionario desde la conquista de la felicidad. En ese momento no sabía de las 100 curvas entre la shell y el pueblo, ni como llegar a la casa de la costurera y de allí a la de la música que me contó como llegar a la funeraria, luego nos abrazamos en el salón de meditación, colofón del paseo a la nostalgia.

Disfruté desde el trasmi 47 hasta el momento en que escribo como si fueran muchos años antes y de domingo quisiera volver a clase, cuantas veces recorrida esa carretera durante el colegio: todas las horas, todos los medios de transporte y luego, cuando mi mamá fue rectora, cuando fueron 15s, cuando fueron matris, cuando fueron sueros y mente nebulosa, amorosamente compuesta con citronella y altamisa... tantas celebraciones, venidas del Maestro.

Recordados y contados los sucesos de la noche del icopor en Fusa, visto el árbol por hora y el que casi me estampilla, los muy altos que en mi tiempo eran chicos, no en vano han pasado mas de 30 años, el cuarto de milla a 140 antes de frenar y tomar la curva de la virgen, examen de aprendices a conductor, ahora tan minado de huecos, y el sempiterno desnivel casi junto a la shell tan bien arreglado con placa huella y probablemente recién parchado por el color del pavimento.

Fuí por la partida de la amiga Pú, a quien conocí en el cole, cuando compartimos cuarto en la casa de arriba, tantas aventuras, tantos pequeños detalles, como enderezar el cuadro del doctor en la biblioteca del fondo, o quedarnos mirando la vajilla con Aurorita en la despensa ayer abierta a tantos manjares deliciosos, entre croquetas y avenas, entre caldos y tortas que ella nos preparaba con tanto amor. 

Ver, abrazar, sonreir con tantas amadas personas que también acompañaban el momento, a las ausentes ponerlas presentes en relato, estar al pie del cañón con la siguiente generación y preguntar entre risas, quien seguira, porque el partir es la fiesta del regreso, según tanto nos dicen bayanes y satsangs.

Hoy me siento en casa al lado del pote de las fotos a encontrar estas, a ver tantas otras en su paquete de kodak... un instante para recordarlo todo, para decir, después de 5 minutos meditando, lo que hagas, hazlo honestamente, eso es todo.













 
 
 

 

 

 

No hay comentarios.:

down town abbey en tarde lluviosa de sábado

Hace raaato no me daba una tarde de sábado como la de hoy, con ginger y papitas de paquete, me he vuelto más juiciosa para comer, sobre todo...