La relación entre las papas y mi vida data de los tiempos en que vivía con mi abuelita en el Santafé, todas las tardes al volver del colegio, ella tenía para nosotros "el almuerzo" una tortura de alimentos saludables y verduras extra cocidas que para mi eran una mezcla de llanto y garganta cerrada, dejó de serlo el día en que en medio de una batalla campal para alimentarme, me dió unas monedas para que comprara en la esquina cuántas papas me hayan dado por las monedas, eran unas papotas grandes y llenas de tierra que una vez procesadas se convirtieron en mi plato favorito, las doradas y aveces crujientes, papitas fritas a la hora de Centella, el merecido premio por comer sin chistar la verduras.
El miércoles pasado fuí en Laura Alcira a llevar a B con sus corotos a la olla comunitaria de puerto dignidad en Usme, lo había conocido el día en que llevamos las verduras cosechadas por A para la preparación de la comida en otro lado; mientras lo esperaba, en una calle de chapinero que daba a la caracas, se parqueó frente a mi un camión con bultos de papa, vi como el conductor y sus ayudantes negociaban con un par de clientes y bajaban el bulto a donde fuera una vez completada la transacción; obviamente me acordé de mi misma en esas labores, hace años, cuando la segunda cosecha de papa en el Laural. Ese fue un trabajo arduo, desde el arar en la tierra con el vecino R, con los amigos Efes transportar las cargas a Bogotá, la moni M ayudándome en todo lo logístico de hacer la labor de venderlas, la amiga V impulsando las ventas por mayor, y todos quienes más hayan vivido mi episodio de papicultora primípara en el Laural y todo lo que para mi significa esa hazaña.
El caso es que no tenía con qué comprarlas y por lo mismo me quedé con las ganas, sólo mirando, terminada la labor de dejar la olla en Usme, me fuí a parchar en la casa de O, lo que terminó en ella y su bici en el carro a carrerita al lago para llevar un compu en su nueva labor de técnica independiente, entre que yo llevaba tamboras al parque nacional a las 12 y las recogía a las 2, en ese camino hablamos de papas, las mías y las del camión fantasma y de todo lo que había pensado y pasado en el camino a Usme.
Con las huellas de fogata en la caracas, el paso por el puente y los del esmat con escudos, el bloqueo, el paso entre las cintas, transgresores, la venida furiosa de los humanos a hormigas ante el desacato de la orden, el miedo a la desaparición de Laura Alcira por no saber quien me haya mandado a adentrarme en esos pozos, el medio cuerpo de B gritando: somos la olla, somos la olla, la transformación de las masas de malas pulgas a bellas sonrisas frente al gusto de ver llegar comida, el entender que a muchos alguienes nos importa; supe luego que la batalla es menos intensa cuando el sancocho está más temprano, entonces se entienden los tiempos de tiempos y de gentes que luchan y viven el día a día a veces con ese sólo plato de comida.
Entre uno y otros viajes, y conversas de ruta siguieron rondando papicultores, paro, política y realidades de vida, terminando la vuelta de la amiga nos topamos a boca de jarro con el camión de marras, sobre la caracas pensé que podía ser el mismo, que es, que no es; adelantada rara en la 76 y parqueados ambos a la guachapanga, se negociaron precios y se puso el bulto en la espalda de una silla, pasamos entonces a recoger la chaqueta que la amiga MA dejó en casa de AM y en eso le ofrecemos papa recién comprada, sale ella con su bolsa y las papas resultan rajadas; me dice la amiga, que sabe de eso, las papas se rajan cuando han pasado mal tiempo en el campo a la intemperie, así que me imaginé el bulto a la orilla de la carretera esperando al macho que las comprara, en medio de las carreteras inmóviles, y los bloqueos, me imaginé la pandemia y ahora el paro, me acordé de las maneras de venderla que aprendí en mis tiempos: a un comprador específico, a un vendedor de mercado, a lichigos y asadores, amigos, vecinos, parientes, ires y venires con la carga...
llegué con ella al apartamento y me ayudó a ponerla en el patio de ropas el técnico de etb, participaron del botín de papas, un montón de personas varias, duré una semana pelando y cortando, cocinando y congelando papas, regalando a algunos y desechando un mundo de cáscaras y partes oscuras o magulladas, eran unas papas grandes, bellas en sus buenos días, compradas por apenas unas monedas mas que las vendidas años atrás, todavía alimentando la reflexión profunda del campo y sus secretos, sus dolores, sus heridas, hoy sigo comiendo papas, con el mismo amor con que la abuela me las daba, con el mismo gusto por el campo, la tierra y el putrefacto olor de lo que pasa en el lugar que habito en esta tierra del cóndor.
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