SOLO UN BESO
Luisa Fernanda no es bella, como belleza de almanaque, digo yo, pero sus ojos iluminan estancias cuando por alguna curiosidad sonríe, sus manos tibias siempre confortaron mis días grises y por eso no la olvido, aunque puede ser que este recuerdo sea sólo la idealización de lo que siempre quisimos…
Han pasado tantos y tantos años desde la última vez que nos encontramos en el baño del colegio, probablemente sus cachetitos redondos y sonrosados sean hoy la curvilínea figura de una mujer adulta que va al gimnasio todas las mañanas antes de entrar en la redacción del periódico donde trabaja.
Se que trabaja en un periódico porque me encontré su nombre en la primera plana cuando fui a envolver el aguacate recién comprado, no me atrevo a llamarla, quien sabe si su recuerdo de mi es tan grato como el que yo tengo de ella… sentadas juntas en la escalinata del salón de química jugando a la mamá y a la mamá; ella en el papel de madre juiciosa, trabajadora, responsable; yo en el de ama de casa, cocinera de pastos, piedras y tostacos aplanchados.
La amaba tanto y me preguntaba tantas veces por que las mujeres no se podían casar con las mujeres, ella me repetía incansable que a los cinco años las niñas que lo desean siempre se convierten en niño, yo sabía que no era cierto, pero ella me lo decía con tal vehemencia que yo nunca me atreví a contradecirla, tenía una teoría espacial a cerca de la conveniencia de convertirse en niño: ya nunca le dirían marimacho, ya mi cabeza en su hombro no sería tema de suspicacias de padres y amigos, y lo mejor de todo era que podríamos casarnos llegado el momento, cuando ya adultas ella pudiera ser mi marido y yo su mujer.
Para el fin de convertirse en hombre, la teoría de Luisa Fernanda tenía miles de pasos especiales; ingredientes disímiles como caucheras, sapos y calzoncillos gigantes formaban parte de un gran amasijo que terminaría por fin en una fogata con rezo incorporado el día de su cumpleaños.
Nos aplicamos a la tarea de conseguirlo todo antes de la fecha señalada, y así lo fuimos haciendo, escondíamos cada pequeño detalle debajo del salón de arte entre un bote de pintura vacío.
Es una locura, sólo pensar en lo que hubiese sucedido si fuera cierta tanta belleza, si de repente, de la noche a la mañana ella hubiera dejado de ser mi Luisa y se hubiera convertido en Luís Fernando, pero a esa edad no pensábamos en consecuencias más allá de la posibilidad de ser felices juntas, y era suficiente con saber que lo teníamos todo preparado.
Se que es una tontería recordarlo, pero, casi treinta años después, todavía creo que hubiera sido mucho más feliz a su lado.
A los cuatro años la vida es una sucesión de cuadrados, círculos y colores primarios, eso lo podemos decir todos, pero ella convirtió mi vida en algo trascendente, no se si se entienda, lo digo por que lo he vivido y se que es cierto.
Como cierto es, que llegamos al colegio esa mañana con toda la ilusión del cambio, la sesión solemne de su conversión se llevaría a cabo en el baño a la hora del almuerzo, que era el recreo largo, llevaríamos todo y haríamos la fogata con el encendedor que yo le había sacado a mi papá del carro, la lata de pintura ahora estaba llena con todas nuestras chucherias.
Lo pusimos todo en la lata y procedimos a prenderlo, cuando ya el rezo había sido consumado, cumplíamos con la parte esencial de todo el ritual, el beso de amor que convertiría a mi dama en un caballero, nos acercamos lentamente y pusimos nuestros labios los unos frente a los otros, cerramos los ojos y nos aplicamos en el beso, faltando poco para la conversión sagrada, sentimos un profundo calor, un dolor intenso en las orejas, era nuestra maestra, nos llevaba una a cada lado a la rectoría.
Nunca más volví a verla, se que no se convirtió en príncipe, pero ese día, me convirtió para siempre en su princesa.
3 comentarios:
que lindo ... me transportó
si, es lindo este cuento, no me acuerdo cuando lo escribí, pero volvermelo a encontrar, fue chevere.
ah es que lo escribiste tu :O
Excelente!!!!
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