Hay lugares que se quedan en el corazón para siempre, eso me sucede con kirpalamar, la finca donde estudié los 3 últimos años del colegio, allí conocí personas estupendas, algunas de ellas aún cerca, fui feliz muy feliz haciendo cosas que en Bogotá no disfrutaba tanto, encerrada y sola como casi siempre he sido... allá leí, escribí, caminé, nadé, medité, jugué ping pong, baquet, voleyball, futbol y hasta canicas, monté bici con Va en la piscina, subí tejados y pergolas, a escondidas monté a caballo, escapé a jugar tejo en la cancha de la curva y a conocer la lambada una noche de colegio, el bar de la última esquina del pueblo conservador que es Arbeláez.
Los atardeceres de quininí y las noches de luces en fila por el trancón en chinauta, me las pasé haciendo grifos en la carretera de bajada, viendo desde lejos el espectáculo de luces que podía ser una tormenta, todo de cuento, todo de hadas, fue hermoso el finde pasado por volver a recorrerlo, silencioso y en recogimiento, el kirpalamar de siempre, ahora solitario.
También fue bonito reconciliarme así con mi lado espiritual, con el salón de meditación, conmigo misma en constante tracuteo, hoy vuelvo a Subachoque y dejo que mi corazón estalle de emoción al pensar en cuanto puede una cambiar en un momento.
El lado oscuro de este cuento es que se han perdido los valores, el principio fundamental de todes semes les mismes, disuelto en rectores foraneos, en clases de espiritualidad dictadas por cualquiera, y sin embargo la semilla intacta, fertil, amorosamente cultivada, de un preescolar robusto, me detengo aquí.
Soy la hija díscola del mundo que conozco, y le doy cuerda al sueño de que un día tal vez todas las diferencias se valoren y comprendan, mientras aquí estoy amaneciendo de sábado, siempre pensando en cosas que para mi son universales como amar, que para el mundo es de lujo; pierdo el hilo por pensar en ella y mi eterna búsqueda del amor en cada una; se convierte en una papa frita, en Suecia, varios años antes de que la dragona me penetrara el coco.
Cuantos caminos se viven para hacer la vida, desde el momento en que se respira hasta aquel en que se deja de hacerlo.
https://youtu.be/YR5ApYxkU-U
Los atardeceres de quininí y las noches de luces en fila por el trancón en chinauta, me las pasé haciendo grifos en la carretera de bajada, viendo desde lejos el espectáculo de luces que podía ser una tormenta, todo de cuento, todo de hadas, fue hermoso el finde pasado por volver a recorrerlo, silencioso y en recogimiento, el kirpalamar de siempre, ahora solitario.
También fue bonito reconciliarme así con mi lado espiritual, con el salón de meditación, conmigo misma en constante tracuteo, hoy vuelvo a Subachoque y dejo que mi corazón estalle de emoción al pensar en cuanto puede una cambiar en un momento.
El lado oscuro de este cuento es que se han perdido los valores, el principio fundamental de todes semes les mismes, disuelto en rectores foraneos, en clases de espiritualidad dictadas por cualquiera, y sin embargo la semilla intacta, fertil, amorosamente cultivada, de un preescolar robusto, me detengo aquí.
Soy la hija díscola del mundo que conozco, y le doy cuerda al sueño de que un día tal vez todas las diferencias se valoren y comprendan, mientras aquí estoy amaneciendo de sábado, siempre pensando en cosas que para mi son universales como amar, que para el mundo es de lujo; pierdo el hilo por pensar en ella y mi eterna búsqueda del amor en cada una; se convierte en una papa frita, en Suecia, varios años antes de que la dragona me penetrara el coco.
Cuantos caminos se viven para hacer la vida, desde el momento en que se respira hasta aquel en que se deja de hacerlo.
https://youtu.be/YR5ApYxkU-U
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