16 de noviembre de 2007

A mí si me gusta la navidad

Pese a que este año decidí salir de todos los adornos navideños que me habían acompañado en la vida, me gusta la navidad.

Recuerdo una en que pinté yo misma el pesebre, y me hice regalos de papel, con los que terminé haciendo una fogata con el primo del frente; otra en que compré un arbolito de palo de escoba y churruscos de lavar la loza pintados de verde y me escapé con el mismo primo a ver el edificio de bavaria iluminado en forma de estrella, probablemente el primer edificio adornado en navideño que vi en mi vida.

He pasado navidades en familia, aquí, allá y más acá, una vez en Italia con una mujer que me planchó la camisa y a la cual recuerdo de infancia como fiurabanti.

Otra en París en un salón de la “mason de la suede”, rodeada de estudiantes extranjeros y amigos temporales; En el corazón por lo que significa para mi lesbianismo lo que sucedió esa noche… Aquella en que el parce se fue de bruces por la calle con la amiga del balcón y los montecarlo, y como prueba de ello le queda cicatriz en el brazo y a mi, noche en la casa de la estudiante de etiqueta.

He pasado todo tipo de navidades, hasta las no navidades de Egipto, que en vez de arbolito tuvieron pirámide para que los niños la pasaran bombi… como sucedió y las que sin pena ni gloria he dormido en mi cama sin intensión de celebrar.

No es que crea que el niño dios trae regalos o que san nicolás era un monje alpino, pero los aguinaldos de beso robado, pajita en boca, estatua y disco rayado, la natilla, las fiestas y las algarabías, me gustan, porque unen gente y dejan recuerdos que son como adornos del gran árbol que es la vida.

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