10 de agosto de 2007

cuarto

Se levantó al baño, se sentía cansada, había pasado tiempo. Había viajado toda la noche para este encuentro, y sin embargo no lo sentía, hasta ahora, cuando de repente toda la fuerza se había agotado, ya no quedaba nada, sólo las imágenes repetidas en su cabeza por tantos años...

Se había levantado con los ojos hinchados, todavía sentía el viento en la naríz, como una gripa, su pequeña F 90, se deslizaba por el barrio con pericia, pero en realidad no sabía donde estaba, se había detenido en una esquina a revisar el papel, había preguntado al barrendero y se había acercado a la tienda, muy pendiente de no perder su casco de florecitas.

Al fin cruzar la calle en dirección dada por el amable embolador que se limpiaba la frente con el trapo de limpiar zapatos, terminó dando vueltas alrededor del parque, por la avenida, había preguntado de nuevo. - A dos cuadras, le había dicho una abuela en la esquina de subir a la tienda, finalmente allí estaba...

Y aquí estaba ella, en el baño del café italiano, mirando en el espejo el pasado, recordando su moto, recordándola a ella, recordando una vida que ahora parecía no pertenecerle, se mojaba la cara, ¿que estará sintiendo? ¿Qué estará sintiendo ella?...

Apagar el celular mientras el semáforo cambia a rojo, ver a la mujer que vende frutas, cerrar la ventana ante la aparición del indigente sospechoso, cerrar los ojos ¿es eterno el momento? Se ahoga, respira, se estira y corrige el labial...

La ve desde la ventana, aún no se ha bañado, pero corre, le roba el turno a su hermana. Escucha como a la morena del casco de flores la saludan sus padres, todavía retumba en sus oídos, cómo su corazón, que también retumbaba bum bum, bum bum, bum bum... La oreja parada, - Sigue muchacha, bum bum, bum bum, - ¿cuando has llegado? Pregunta su madre, ella tira camisetas y medias de dormir, siente el agua cayendo sobre su espalda, el oído atento a la respuesta, bum bum, bum bum, bum bum... – Mi mamá vive en Montevideo, - si señora, muchas gracias.

La esta madreando el señor de la toyota prado, ha olvidado arrancar cuando el semáforo se puso en verde, pone primera, mal arranca, se mira en el espejo de nuevo, se moja los labios pensando en que no debe perder el labial, esta verde...

- Me ha dicho tu papá que necesita tal cosa, dice el padre sentado en el sofá.
- Si, si señor, por eso he venido. Miente, con los guantes fregándose la pierna angustiada, ¿estará? ¿La veré? Se pregunta en silencio, bum bum, bum bum, late su corazón también hoy...

Bajando por la 116 revisa el reloj; ya va saliendo del baño, la mesa está todavía en su sitio, nada ha cambiando, ¿nada ha cambiado? y escucha las voces mientras precipitada se viste y sale del cuarto justo para entrar luego de las frases de los padres:

- Si, yo se donde es eso, dice el padre - Pero no podré ir contigo, ¿que tal tu mujer? - No, la verdad, no puedo, y en la moto, menos. - Dile a uno de los hijos. Los muchachos pueden.

Y el padre pregunta, uno no puede, el otro tampoco; Ella peinándose el crespo mientras baja la escalera dice desprevenida – Yo puedo, yo voy con ella, se donde es, yo he ido con usted papa.

Le sonríe, sabe que es ella, sabe que la ama, pero prefiere verse casual, indiferente. Hay que disimular, Los padres sonríen, - las presentan como si no se conocieran – Marcela, te presento a Clara, la hija de fulanita de tal; ellas fingen no haberse visto nunca, se dan la mano y Marcela se sienta en la silla más distante, los padres dicen algo más que ellas no escuchan, finalmente se marchan, las dejan solas, ellas solo se miran, no hablan, sólo se miran y sonríen.

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